El viaje de mis Diosas

Por estos días que estamos llamados al aislamiento, vienen a mi memoria los momentos que compartía con las personas en medio del afán y del caos de la ciudad. Aquel ritmo que disfrutaba para ocupar la mente y no permitirme el silencio, evitando así mi propia voz, para no escuchar las molestias, las frustraciones y no aceptar el miedo que me hablaba tan sutil y seductoramente. Construí con el tiempo versiones de mí; de repente, en mi soltería, la Venus florecía, su calor recorría mi cuerpo, mi mirada atravesaba incesantemente la tuya sin darte el chance de huir del fuego que emanaba mi ser, invitándote a explorar, a tener encuentros sagrados en donde la sensualidad pintaba nuestros cuerpos, desdibujaba los tabús y la libertad nos dejaba ser. Existíamos en el cuerpo del otro, en el olor del otro. Pero después de entonar nuestros cánticos, Hera arrebataba el momento y viajaba en las complejidades de las relaciones. Una vez más, el miedo llegaba, el miedo a ser olvidada, a no ser reconocida, a no ser reafirmada. Ella se ocultaba en su armadura; a través de ella no podía conocerla, solo llegaban ilusiones instantáneas que, al parpadear mis ojos, el viento las atrapaba. Y de repente, Deméter aliviaba aquellas sensaciones con el cuidado hacia el otro, con la abnegación y el placer de agradarte. Luego llegó Hestia para abrazarme en los silencios profundos, para ayudarme a descubrir el calor del hogar interno y esos refugios que solo las dos conocemos.

Así, estas diosas han peleado por tener el poder. Siento mucho que ellas hayan tenido que pasar por tan vergonzosa situación. En las cuatro encuentro algo que me enamora, pero también algo que odio. Quisiera quedarme con lo mejor de las cuatro, pero no puedo negar sus dolores y sus angustias, no puedo echarlas a la hoguera por ser ellas. Hoy las miro de frente, solo observo y experimento lo que cada una me hace sentir, porque las cuatro son parte esencial de lo que soy.

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