Los garbanzos y sus callos

El olor que desprenden los garbanzos guisados y el sonido de la olla express me lleva a mi infancia, a esos momentos donde corría para no comerlos... Su aroma lograba ponerme el cuerpo frío y mis pelitos de punta, no entendía por qué no me gustaban. Aunque cerrara los ojos, el hecho de sentirlos ocasionaba en mí emociones que contraian mi vientre y hacia que no pudiera digerirlos. Pero mi tía con cara de generala me obligaba a comermelos tapando mi nariz hasta que me los pasara, mi garganta se resistía al igual que mi aliento y por más intentos que hacía, una que otra vez, no era capaz de pasar saliva... hasta que los escupía. 

Luego llegaba el regaño compasivo por los niños de África que no tenían nada que comer y yo tenía que sentirme culpable para no dejarlos en el plato. Después de casi 20 años comprendí mi odio hacia ellos, hacia los garbanzos de mi tía, pues ella no era muy amante de la cocina y cuando los preparaba, renegaba porque nada era suficiente y tocaba comer lo que hubiera, su amargura había contagiado los garbanzos y yo, sentía una mezcla de sensaciones entre nostalgia y desprecio al verlos. Ellos no tenían la culpa, pero ni modos, fueron mis enemigos por mucho tiempo, sin ellos haber hecho mérito para ello. Ahora, mi relación con los garbanzos es más cercana, los cuido y les hecho aguita durante tres días para que ablanden, los seco con amor, luego elijo como utilizarlos y su sabor me hace sentir cuidada, fuerte y con mi pancita llena. 

Comentarios

Entradas populares